A medida que los alimentan y limpian, les proporcionan dosis altas de cariño que les ayudan a soportar la situación de estar en un cautiverio obligado, generado por los traficantes de fauna silvestre, quienes los alejan de su hábitat natural.
Dice Saúl Ochoa que le “da rabia cuando veo llegar por ejemplo a los tigrillos que ya no se pueden soltar, o a los loros. Vienen muchas veces gravemente heridos, uno ve el horror que la humanidad comete con esos animales”.
Rodrigo y Saúl están llenos de experiencias positivas con los animales a los que consideran como su familia. Pero alimentar serpientes, tigrillos y cusumbos entre otros, puede tener riesgos. Saúl Hernández recuerda el día en que fue atacado por un cusumbo que le propinó una herida abierta en su mano. “El animal parecía que estaba nervioso porque había llovido bastante. Fui a sacarle el plato al animal, y en cuestión de milésimas de segundo se volteó, me agarró la mano derecha y fueron más de 17 puntos”.
Unas por otras, dice Saúl al contar que un mico lo alertó de la presencia inesperada de una serpiente venenosa que se acercaba a su cuerpo. “Sino hubiera sido por los gritos de ese animal la culebra me hubiera acariciado esa mañana”.
En 8 años de trabajo con la CDMB, consideran estos hechos como “gajes” de un oficio que les ha forjado un gran amor por la naturaleza. En palabras de Rodrigo Blanco “sentimos que se alegran cuando nos ven llegar, chillan, cantan, lo animales se ponen contentos con nosotros”.
Los dos cuidadores de la CDMB como parte de su trabajo diario, hacen la limpieza de los hogares temporales de los animales para que estén libres de cualquier amenaza biológica que ponga en riesgo su existencia.
Ellos dos hacen equipo en su labor con el médico veterinario Vladimir Quintero, quien coordina el Centro de Rescate de Fauna Silvestre de la CDMB.